Por: Fransuat Acero Palacios
Doña Lucila Sánchez tiene sesenta años y hace dieciocho años de su vida decidió salir a la calle a probar con productos agradables al ojo y al paladar del cliente. En su carreta ya maltratada, compañera de mil batallas vende productos como bananos, chontaduros y otras especies, todo depende de la época de cosechas y las necesidades que observa en los clientes.
A las seis de la mañana, nuestro personaje recibe su vehículo del parqueadero donde lo ha dejado guardado, siempre lleva esa actitud de alegría y de fe en la nueva aventura que emprende cada día; a las siete debe tener lista su carreta con los productos a vender. Doña Lucila y sus compañeros vendedores trabajan a diario sin descanso alguno, son las peores doce horas de trabajo, sin seguro médico y guerreándola por llevar una panela a casa. Mientras los congresistas se dan el lujo de ganar más de veinte millones.
A las siete de la noche, doña Lucila finaliza un día de trabajo. Tuquila es el barrio donde habita nuestro personaje, allí anida las esperanzas de una familia. Esta historia es la de millones de colombianos que vemos en las calles vendiendo su fuerza de trabajo y luchar en medio de tanta competencia porque cada día hay más personas en esta economía informal.
Diez minutos bastaron para entender el miedo que llevan todos los días estas personas al no tener un apoyo, una seguridad en la calle y muchas veces huyendo del desprecio de los que no quieren que estén el espacio , lo que ocurre, dice doña Lucila es que a veces no se entiende al otro, sus necesidades.