Por: Yuli Carolina
«Entréguense hijueputas», decía una mujer. «Si quieren que nos entreguemos, ¡que vengan por nosotros!», respondía a mil voces el Cabo Miguelito desde la estación de policía. Eran las 11.30 de la noche. Rivera se hallaba sin luz y sin conexión telefónica. Cada familia se refugiaba en el lugar más recóndito de sus hogares. El municipio verde colombiano estaba en duelo. Entre la oscuridad del parque central, sonaban conjuntos de disparos intermitentes.
“Recuerdo aquel 13 de agosto como si fuera ayer”, dice el entrevistado. Cerca de la medianoche explotaría una devastadora bomba hechiza de aproximadamente 8 kilogramos. El pánico era perceptible. Aún más allá de la oscuridad nocturna era visible lo que sucedía.
Aquella noche de 1986 estuvo llena de infortunios. Un oficial de policía, ignorando las súplicas de su mujer, “salía a gatas” de casa hacia la estación policial; mientras doce de sus compañeros luchaban contra aproximadamente doscientos guerrilleros. El tiempo transcurría, el miedo y el ruido aumentaba. La Guerrilla después de asaltar el Banco Agrario exigía automóviles para transportar los guerrilleros heridos, pero algunos chóferes se negaron. Y como respuesta a esta negativa los bandidos procedieron a incinerar los vehículos.
Además de los cientos de heridos hubo un muerto. Era un desconocido personaje, miembro de la Guerrilla, quien murió a causa de tratar de lanzar una bomba hechiza. Era de aproximadamente treinta años de edad, de estatura mediana, moreno y de contextura gruesa. Luego de cesar la balacera encontraron a Ramón Medina, más conocido como Trapiche, estaba tirado en el suelo, muy cerca de la iglesia, su cuerpo se desangraba pero su voz decía que había “fueteado” a varios miembros de la Guerrilla…