May 16, 2017|Maricela, Katherine, Jonathan y Ana.
Ella, la mujer de blusa roja, nos cuenta que hace 10 años su familia consiguió un techo, un ranchito que llaman suyo… recuerda que alistaron sus maletas y emigraron a las orillas del río ‘Las Ceibas’ en busca de construir lo propio, aunque sea una casita de tablas y de plástico; “No importa el material, lo que importa es que sirve para lo mismo y más importante que es de uno. Cuando venimos aquí, la cosa fue difícil, no teníamos nada, solo la esperanza de mejorar, sin importar que esto es zona de riesgo”, recuerda la señora Mayra.
Desde ese entonces no hay mucho cambio, según ella :”Uno trata de arreglársela y de cierta manera se puede, pero es difícil cuando se tiene hijos y ya tengo 3. Mi marido se rebusca lo de la comida para darle por lo menos una agua de panela y maíz pira al desayuno, arroz y un huevo al almuerzo y a la comida en el caso de que haya quedado del almuerzo darle eso; es algo complicado, por esos muchas veces hay que hacer que se acuesten temprano para que engañen el hambre”.
Andrés, su hijo menor, ha dejado de hacer las tareas y se hace justo al lado de su mamá, él nos mira fijamente mientras escucha lo que su mama nos está contando. De repente, el chiquillo interrumpe la conversación: “Hoy solo almorzamos sopa de pastas y tengo hambre”, en seguida Mayra lo mueve con el codo y le dice: “que más si no hay más”; y el agachando la cabeza responde: -la sopa no me gusta.
Poco después de escucharle a Andrés que la sopa no le gusta, nos despedimos. El decir adiós todavía duele, es como darle la espalda a una vida que necesita ayuda. Nos vamos y en nuestros pensamientos la voz de Andrés sigue ahí- tengo hambre.