May 16, 2017|Andrei Alexander
Dos días después fui llevado a la Cárcel de Rivera Huila. Recuerdo el momento en que ingresé al centro penitenciario, me encontraba en Shock, sentía como mi vida se rompía en pedazos, me sentía humillado con el trato de los guardias, las requisas constantes y deplorables, luego nuestro paso por la “perrera” sitio en donde llegan todos los delincuentes antes de la reseña y asignación de patio, un cuarto pequeño, deplorable y desolador.
Luego, de varias horas de espera y ya finalizada la tarde fui asignado al patio 4, el mejor patio de la cárcel, un patio amplio con capacidad para 200 personas, sin embargo por la situación penitenciaria del país, allí nos encontramos cerca de 350 personas detenidas. Ahí empieza otra historia. Llegué a una celda “cómoda”, un sitio pequeño y rústico en donde se encontraban dos personas más, creo que fui bien recibido, pero nunca había estado en una cárcel y en esos primeros momentos sentí terror entrar en ella. Por supuesto sentí temor por la clase de personas condenadas, el trato que recibiría, sería verdad todo lo que vemos en las películas y en la televisión, mi expresión era fatal.
Y son fatales cuando no se conoce a nadie, cuando uno no se adapta a un tipo de imposiciones, cuando la rutina aburre y no hay posibilidad de escapar de ella. Los días en la cárcel son iguales entre la habitación y el patio; a las 5:00 de la mañana, tomamos una ducha y nos vestimos; a las 5:30 la guardia se dedica abrir las celdas y los internos salimos al patio y formamos; después de eso, nos quedamos en el patio para hacer diversas actividades, entre estas: artesanías, aseo, deporte, leer libros, hablar con los demás internos, recibir capacitaciones, etc.
A las 3:30 p.m. nuevamente nos encierran en las celdas, allí acaba nuestro día. Sin embargo, el tiempo parece no correr, se queda estancado en el dolor, en este sufrimiento por tener a mi familia lejos, mi esposa, mis tres hijos… verme allí encerrado, sin dinero para poder comunicarme con ellos y decirles cuánto los extraño. Así se pasa el día a día, con una soledad inmensa y rabia conmigo mismo por no apreciar lo bonito de la vida, que es tener paz y libertad; pero, desde aquí he podido aprender a valorar lo que dejé allá afuera, a cambiar mi manera de pensar, a reconocer que la delincuencia no tiene gracia.